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6/16/2009

La casa del terror

-¡Venid!¡Venid a esta casa!¡Aquí podrán conocer el verdadero terror!

El hombre miró al tipo que estaba tocando un silbato mientras intentaba atraer clientes a su atracción del parque. La casa parecía una casa normal, pero en la parte frontal, se podía ver un cartel con las palabras “Casa del terror” hechas con luces de neón.

El hombre pensó que era una extraña casa del terror, pero sonaba interesante y pagó la entrada.
-Buena suerte, amigo –sonrió el tipo- ¿Qué verás? Es un misterio.

-Tú deberías saberlo, ¿no? Eres el dueño.

-¡Oh, sí! –rió el otro- ¡Lo olvidé, estás en lo cierto!

El hombre pensó que el tipo estaba loco, pero no dijo nada y entró.

Allí había una entrada normal: algunos cuadros, una silla, un espejo… No vio nada aterrador.

“Así que será más terrorífico cuando pase algo” se dijo.

Caminó por la casa, viendo cosas normales en una casa de nuestro tiempo: una tele, una nevera, un baño… todo normal, y el hombre empezó a pensar que era una broma de una inmobiliaria para venderle la casa.

-Pero ya tengo una casa, no me voy a comprar otra. Además, no me gusta la disposición.

Cuando estaba abandonado el lugar, algo le llamó desde el piso de arriba… algo que le instaba a subir… a la habitación de los niños. La había visto antes: nada fuera de lo no normal, pero cuando entró de nuevo…

… se encontró con su habitación, la habitación de su infancia. Le traía muchos recuerdos… nunca buenos recuerdos. Tuvo una buena infancia, y ahora estaba bien con sus padres, pero… no podía recordar nada bueno. Intentó escapar de la casa, pero cuando se miró a sí mismo, vio al niño que había sido. No podía creerlo, pero era cierto: se había vuelto un niño de nuevo.

Pero siguó intentando escapar. Corrió escaleras abajo, pero su madre estaba allí en parquet, esperándole. Tenía un cuchillo en la mano... un chuchillo lleno de sangre. El hombre (ahora como un niño) se asustó más cuando un recuerdo pasó por su mente: su madre, siendo golpeada brutalmente por su padre. En realidad, él sabía que era falso, que sus padres siempre se llevaron bien y estuvieron felices, pero… no podía escapar de aquel recuerdo.
-Tim, finalmente lo he hecho –dijo su madre. Su voz le asustó: sonaba loca, histérica… como la voz de un asesino.

-¿Ma... mamá? –preguntó, despacio.

-¿Eh?¿Tim?¿Estás aquí?¿No te había dicho que te fueras a tu habitación? –sonaba como una madre de nuevo, pero el niño-que-fue-un-hombre no pudo respirar con alivio- ¿Por qué me has desobedecido, querido hijito? –ella levantó el cuchillo, por el que se deslizaban pequeñas gotas de la sangre de su padre.

-Mamá, lo siento, nunca pretendí… -dijo él, mientras intentaba escapar, tratando de calmarla infructuosamente.

-¡CÁLLATE, NIÑO ESTÚPIDO! –gritó la mujer, completamente enloquecida- ¡SÍ ME ODIAS, DEBO HACER LO MISMO OTRA VEZ!

Bajó el cuchillo con todas sus fuerzas, pero el niño-que-fue-un-hombre lo esquivó a tiempo y echó a correr en dirección contraria lo más rápido que pudo.

-¡NO HUYAS, QUERIDO HIJITO! –gritó la mujer otra vez- ¡VEN CON TU MAMI!

Tim corrió y corrió por toda la casa, buscando la puerta de salida. Quería salir y pedir ayuda, llamar a la policía o algo parecido. Cuando llegó, intentó abrirla, pero estaba perfectamente cerrada.

-Oh, ¿estás aquí, mi pequeño? –dijo su madre, con voz enloquecida de nuevo- ¿Por qué huyes de mí?

Tim escapó de nuevo, buscando la puerta trasera.

-Oh, no otra vez –se quejó su madre.

“¿Qué está pasando?” pensó él “¿Por qué mi madre está intentando matarme?”

Dio un rodeo para no tener que pasar por la cocina, el lugar donde yacía el cuerpo apuñalado de su padre.

“Quizá es que tengo que encararlo. Sí, seguro que tengo que encararlo. Si no lo hago, no podré escapar jamás de esta casa maldita”

Se detuvo inmediatamente a medio camino por el salón, delante del anticuado televisor en blanco y negro que su padre se había empeñado en conservar y que tanto él como su madre aborrecían. Su madre hizo lo mismo unos pasos atrás. La miró intensamente a los ojos.

-Oh, Dios... otro idota... –murmuró el dueño mientras sus empleados sacaban el cuerpo.



A veces está bien encarar el miedo, enfrentarlo y combatirlo. Es lo que siempre nos recomiendan. Nos dicen que lo hagamos en cualquier situación que nos encontremos, y ese es el mayor error de todos. Porque hay momentos en los que no queda otra opción que huir.

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La original está en inglés, porque era para una redacción de clase, pero la he traducido (cosa obvia, por otro lado) y la he puesto más a mi gusto.
La moraleja es una cosa pesimista a más no poder, queridos amigos. Pero bah, me apetecía poner algo así xD
Mi primer intento de relato de terror... que ha quedado francamente mal¬¬. Está claro que a mí me sacas del amor y esas cosas y me pierdo... Pero se hace lo que buenamente se puede^^.
La canción sería This is Halloween, de Marilyn Manson (que la original también da miedico, pero es que esta...)
Evil... Pues no va, pero avanzaré. ¡¡Lo prometo!! Que me gusta, que la quiero acabar y hacerle un final bonito (aunque ahora que ha salido la cuarta canción el final no es tan triste, pero bueno...).
Lo que sí que seguiré en breves es la de Jake y Karin (
Tras la lluvia). Que sí que va a ir en plan historias cortas, porque pretendo que cada "capítulo" (que no es tal cosa) pueda leerse y comprenderse solo en sí mismo, pero en realidad sería larga... con lo cual no sé como ordenarlo¬¬. Las pondré todas seguidas, supongo^^.
Pues eso era todo, espero que os guste este intento u.u

5/17/2009

Tras la lluvia


Que solitario se queda el aire tras la lluvia…
Que solitarias esas nubes de las que no caerá más agua…
Que solitaria yo ahora que tú te has ido…

No entiendo por qué escogiste ese momento, ese lugar, esa hora. Bueno, en realidad no sé siquiera por qué lo hiciste. No se nada. Me siento ignorante, estúpida, minúscula.

Sola.

No pensé que estuviéramos tan mal. Yo te quería y tú me querías. Eso era todo lo que yo necesitaba. Pero tú querías más, y te lo dí. Te di todo lo que estuvo en mi mano e incluso más. No fue suficiente.
Nunca tenías suficiente.
Aún así, yo te quería, te amaba con todas mis fuerzas, y deseaba fervientemente dártelo todo. Y todo me lo quitaste, empezando por mi corazón y acabando por mi propio cuerpo. Pero estaba feliz con ello, porque eras tú, la persona a quien yo más amaba, quien lo había hecho.
No me dolió ninguna de las palabras crueles que me dijiste entonces, porque sabía que no lo decías en serio. Todo fue culpa de aquella maldita mujer… No volvería a decírtelo jamás. Nadie volvería a hacerte daño mientras yo pudiera evitarlo.
Yo te amaba tanto…

“Karin, ven.” Tu dulce voz aún resuena en mi cabeza mientras la lluvia empapa mis cabellos.
“¿Jake?¿Qué quieres?” Ah, que inocente era…
“¡Vamos a jugar!”
Hace tanto tiempo ya… ¿cuánto?¿Diez, doce años? Ya te quería entonces. Ya te quería con toda mi alma, desde el mismo momento en el que me llamaste por primera vez con aquellos enormes ojos castaños. Te seguí sin dudarlo. Fui detrás de ti como los patitos a su madre. Siempre pegada a ti. Y tú siempre tan amable… Tanto que me hacías daño.
Observé impotente cómo te hacían daño, sin poder hacer otra cosa que consolarte y esconderte en mi regazo cuando llorabas.
Suena cruel, pero no pude evitar alegrarme cuando murieron tus padres. Aquellos viles seres que tanto daño te hacían.
Me separaron de ti, y el dolor fue increíble. Pero te encontré de nuevo, y tú tampoco habías podido olvidarme. Ah, el reencuentro… Que cálidos recuerdos. Todo empezó de nuevo para mí, como si la primavera hubiera hecho florecer por fin mi corazón.

Por eso me pregunto por qué. Por qué me haces esto ahora a mí, a quien más te ha querido siempre, a quien no ha esperado nada a cambio de lo que te daba salvo tu sola compañía.
¿Por qué me dejas sola en la lluvia?¿Por qué no vienes a buscarme?
Sabes que te necesito, lo sabes. Sabes perfectamente que sin ti no puedo hacer otra cosa que caer en la miseria más absoluta y morir. Y aún así me dejas… Solo pregunto, ¿por qué?
Una vez más… ¿por qué me haces sufrir?¿Por qué me tiras como un trapo usado?
Solo espero tu regreso. Y esperaré aquí hasta que vuelvas. Siempre, nunca dejaré de esperarte. Nunca dejaré de quererte.

Que vacío se queda el cielo tras la lluvia…
Que vacío mi corazón mientras espero tu regreso.

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Ahora que lo releo, veo que me ha quedado muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuy cursi... Joroña, yo no pretendía eso ^^U
Las cosas que se le ocurren a una cuando baja la basura O.o (en serio)
La canción, por supuesto, sería Everytime it rains, de Epica. Es completamente acorde (y no hay ninguna mejor que yo sepa, podéis proponer alguna si quereis^^)
La historia se me vino sola a la mente. Y le he cogido cariño a estos dos... creo que escribiré su vida en formato historias cortas (así que tampoco espereis mucho^^U) y la continuación de esto... me ha dado pena la pobre Karin u.u (que mala he sido con ella...)
Y la imágen viene con texto (porque no la encontré sin él ^^U), pero la verdad es que es clavado O¬O Así que queda bien, ¿no?^^
Bueno, comentarios, pasadla, etc, etc^^.

5/07/2009

Venganza

Después de todo, al final lo había conseguido. Por fin había podido llegar a la mazmorra dónde ella se encontraba. Haladiel, su vieja amiga.
Lathaliel se preguntó, mientras recorría los últimos pasos hasta la puerta, cómo habían podido acabar así. No pudo evitar sentirse usada una vez más, y su odio se renovó, sepultando a la pena. Haladiel se lo había quitado todo.
Ahora le tocaba a ella.
-Perdona… ¿sabes dónde está el taller?
-Sí, claro, pero… ¿estás sola?

-Sí.

-Ven conmigo si quieres, te presentaré a mis amigas.

-Gracias.

Lathaliel rememoró aquel diálogo por enésima vez, arrepintiéndose de nuevo del momento en el que decidió presentársela a las demás.
"Cavé mi propia tumba, como suele decirse" pensó, mientras se detenía delante de la gran puerta de roble macizo ". Esto me pasa por confiar en los demás"
Nunca se había considerado una persona que destacara por encima de los demás. Tenía unos gustos diferentes, sí (prefería las espadas antes que la magia, dibujar en vez de leer, correr en vez de estudiar), y aunque se sentía orgullosa de ellos, no intentaba imponerlos a los demás. Pero tenía una personalidad fuerte, pero tenía claro que lo que le gustaba le gustaba, y nada iba a hacerle cambiar de opinión. Puede que esa fuera una de las razones por las que la discriminaban de pequeña, aunque poco le importaba. Y cuando cumplió setenta años, encontró gente compatible con ella.
Creía que aquella estaba siendo la mejor década de su larga vida. Lo creyó, de hecho, durante tres felices años, en los que todo fueron risas.
Pero las cosas cambiaron después de la expedición a Curshad. Fue ella sola, con otras dos personas con las que no tenía mucha relación. La misión fue un rotundo éxito. Sus avanzadas habilidades con la espada habían sido de gran utilidad en la montaña, y el patriarca se deshizo en halagos, que ella aceptó con orgullo y cierto engreimiento.

En aquellos momentos se dio cuenta de que Haladiel estaba rara, y al cabo de medio año, ya bastante molesta, acabó por preguntarle.
-Es que no te aguanto, así que déjame en paz -le soltó.
Lathaliel se sorprendió mucho, como era de esperar, y como Haladiel seguía relacionándose tanto con Asadia como con Rodetya, le pidió a Asadia que le preguntara las razones.
-No recurras a los demás, pregunta tú -le espetó Halad hiel a las pocas semanas.
-¿Por qué te caigo mal?
-Es que cansas -respondió, dejándola, de nuevo, sola.
Después de esto, Lathaliel se fue entristeciendo progresivamente, y no notó como Haladiel hacía que Asadia se enemistara con ella.
Al cabo de un año más, cuando Lathaliel se estaba animando, Asadia le dijo que no quería volver a relacionarse con ella. Llevaban dos décadas siendo excelentes amigas, y le dolió más que ninguna otra cosa.
Quería salir corriendo, huir, empezar su vida de cero en alguna otra congregación de caza recompensas. Pero no lo hizo. Rodetya y Masave seguían con ella, y no las iba a dejar para que Haladiel se pusiera en su contra.
Aguantó lo indecible, cómo progresivamente todo el mundo le empezaba a mirar por encima del hombro, cómo nadie confiaba en ella.
Así que empezó a relacionarse con humanos. Compartían gran parte de sus gustos. Parecían completamente compatibles con ella, y sus rasgos atípicos entre los elfos no destacaban entre ellos.
Adoraba esos días, un pequeño espacio de tiempo en su vida de elfa, que pasaba con ellos, y cuando estos terminaban, ansiaba volver a ellos.
En las semanas que Haladiel invitaba a sus amigas elfas a los lagos de Kimdall, ella iba con sus humanos y lo pasaba todavía mejor. Llegó a pensar que su destino estaba con aquellos humanos a los que tanto quería y que también la querían. Durante dos años mantuvo esa actitud, tratando de convencer a Rodetya y a Masave para que los conocieran.
Pero cuando esto pasó y ellas decidieron volver con Lathaliel cada vez, la ciudad se incendió. Quedó reducida a cenizas, perecieron todos sus habitantes. Y lo peor fue que Lathaliel lo vio todo, y también pudo ver la larga melena rubia de Haladiel desaparecer de allí.
Sabía que la otra dominaba el fuego, por eso no dudó cuando descubrió que el incendio había sido provocado mágicamente. Llena de ira, se dirigió a Haladiel. Le gritó muchas cosas, pero Haladiel, como siempre, ignoró sus palabras.
Lathaliel hizo mal en dejarse llevar por la ira, y no le sorprendió que la encarcelaran bajo siete candados cuando la golpeó repetidas veces. Pero se sintió tan bien, tan descansada, que no se arrepintió en absoluto.
Tampoco le sorprendió cuando el patriarca la condenó a quinientos años encerrada, sin relacionarse con nadie. No le gustaba romper las normas, pero esa no estaba dispuesta a acatarla.
Cuando al día siguiente fueron a llevarle su comida a la celda, Lathaliel ya no estaba.
Haladiel también se había ido. Con el permiso del patriarca, desapareció. Si de esa forma pensaba que estaba a salvo de la ira de Lathaliel, estaba muy equivocada. La ira intensificó su fortísimo instinto de cazadora, llevándola por todos los lugares por los que Haladiel había pasado, llegando finalmente a la mazmorra.
Mientras la recorría y esquivaba sus trampas, no pudo evitar cierto sentimiento de tristeza, que desapareció cuando recordó que había sido usada. Usada para integrarse y luego desechada como un trapo viejo.
Tras recordarlo todo, su ira se intensificó de nuevo, y abrió la puerta de una patada, notando fuertemente la presencia de su enemiga al otro lado.
-¡HALADIEL! -gritó, entrando bruscamente con la espada en ristre.
-Parece que no me puedo librar de ti -suspiró, levantándose de la silla en la que estaba leyendo un libro-. ¿Qué quieres?
-Respuestas -respondió-, y espero que sean las que yo quiero.
-Las respuestas son las que son.
-Quiero la verdad.
-Dispara. A no ser que se te haya pegado la estupidez de los humanos. Ah, fue tan divertido quemarlos…
-¿Fuiste tú… en serio? -farfulló, temblando de ira. En el fondo, todo ese tiempo había tenido la pequeña esperanza de que no fuera así, que simplemente hubiera sido todo una equivocación.
-Claro que fui yo. ¿Quién si no hubiera hecho un trabajo tan perfecto? Fue divertido.
-¡Que fue…!¿¡Por qué!? -estalló.
-Son tan obstinados estos humanos… Son como niños. No me hicieron caso, tenía que matarlos.
-¡No era necesario!¡No te habían hecho nada!
-Claro que lo habían hecho. Se relacionaban contigo.
-¡Pero qué demonios…! -chilló, completamente furiosa- ¡Eres un mal bicho!¿¡Qué te he hecho yo para que me odies tanto!?
Haladiel frunció el ceño, pero no respondió.
-¡Responde, maldita arpía!¡Ten esa decencia al menos!
-El patriarca te alababa, estaba pendiente de ti.
Tras sorprenderse unos segundos, Lathaliel no pudo evitar reírse a carcajadas. Haladiel le dedicó una mirada asesina, pero la otra la ignoró y continuó riendo.
-¿Solo por eso? -dijo entre carcajadas, enjugándose una lagrimilla que le resbalaba por el ojo- ¿Pero sabes lo aburrido que es que el hombre te haga caso?¡No te deja hacer nada!¡No sabes la suerte que tienes!
-Siento que no le importo -replicó Haladiel, apretando los puños.
-Todos le importamos al patriarca.
-Tú le importas más.
-Le importan todos por igual.
-Y también está aquella misión de rango A en Curshad.
-¿Qué pasa con ella? -preguntó Lathaliel, cortando sus risas.
-¿Cómo pudiste pasar de hacer misiones de rango C a bordar una de rango A? Maldita seas…
-¡Pero si tú también has hecho unas cuantas de rango A!
-No tan bien como la tuya.
-¿Esas son tus razones para hundirme?¿Solo eso?
-¿Te parece poco?
-No es que sean pocas, es que son estúpidas.
-¡No te burles de mí, zorra!
-¿Zorra?¿TÚ me llamas zorra a MÍ?¿Tú, precisamente?¿TÚ? -el odio volvió de nuevo, renovado, ardiente, doloroso. Lathaliel enarboló su espada. Haladiel juntó las manos para preparar su magia- ¡Yo tengo muchas más razones para insultarte!¡Maldita puta!
Haladiel frunció el ceño de nuevo, y ambas elfas saltaron a la vez, dispuestas a matarse en cuanto encontraran un hueco.
Lathaliel usaba su fiel espada. Haladiel, el fuego que tan bien le había servido en otras ocasiones. Combatieron largo rato, acero contra fuego. Saltaban chispas. El acero de Lathaliel cortaba la pálida piel de Haladiel con crudeza. El fuego quemaba la piel y los cabellos de Lathaliel. Ninguna se quejó, solo continuaron embistiendo sin descanso, una y otra vez. Tan profundo era su odio, que no podrían salir de allí si no moría una de las dos.
En los ojos de Lathaliel, grises como el acero de su espada, brillaban las ansias de venganza. Sus cabellos negros, antes largos hasta la cintura, le llegaban ahora por la barbilla. No le molestó: ahora estaba más cómoda.
Los ojos negros de Haladiel brillaban enmarcados por sus cejas del color de la miga del pan. Tanto sus mejillas como sus brazos desnudos estaban cubiertos de pequeños cortes, y eso le molestó bastante: dejarían cicatriz.
En la pequeña sala sin ventanas había ya marcas de la pelea. Grandes boquetes y quemaduras, mobiliario volcado. Gotas de sangre en el suelo, esparcidas por las gruesas botas de Lathaliel o los delicados zapatitos de Haladiel, jirones de tela arrancados y quemados. Saltaban chispas.
Haladiel quería matar. No tendría remordimientos.
Lathaliel también lo deseaba. Pero no podía evitar recordar los buenos momentos que había tenido con su oponente. Sabía que quería venganza, quería que su espada seccionara su cuello, que la sangre de Haladiel tintara el suelo de carmesí. Pero aunque no se arrepentiría, se sentiría mal.
Quizá por eso la diosa Fortuna decidió que fuera Lathaliel la que impusiera su espada cuando ambas colisionaron por enésima vez. Su espada se situó en el cuello de la otra cuando esto pasó.
Haladiel no daba crédito.
Lathaliel dudó. Lo había deseado mucho tiempo, pero ahora que podía cercenar su cuello, no lo tenía tan claro. Su mente racional le decía que debía hacerlo. Había matado a toda una ciudad, había matado a sus amigos. Pero su corazón le impedía girar la muñeca.
"No seas idiota. Muévete ya"
"Pero..."
"Hazlo ya, idiota"
-Lathaliel… ¿cómo hemos llegado a esto? -preguntó Haladiel con voz suave y asustada.
-Empezaste tú.
-Te admiraba tanto…
-¿Eh? -Lathaliel bajó la espada, sorprendida.
-Y tú vas y te lo crees -se burló la rubia, lanzando a la otra a la pared con una bola de fuego.
-Haladiel… tú…
-¿En serio creías que la fuerza bruta ganaría a la racionalidad de la magia? Estaba claro desde un principio que yo sería la vencedora -se mofó. Lathaliel intentó levantarse, pero la Haladiel le golpeó el estómago, dejándola sin aire y haciéndola caer de nuevo.
-Por… qué…
-¿… te odio? No sé. Te odié desde el mismo momento en el que te vi. Tan tranquila, con una vida tan simple, pero aún así tan feliz… Quise hundirte, hacer que confiaras en mí para luego destruirte. Y tú picando tan feliz. Dios, como deseaba destrozarte.
Lathaliel no dijo nada. se quedó arrodillada, con los brazos caídos. Tentó su espada, pero Haladiel la apartó de una patada.
-No me vencerás -comenzó. Pero se interrumpió cuando una lengua de fuego comenzó a ascender por su espalda- ¿Pero qué…?
-El que me gusten las armas no significa que no conozca otras cosas, Haladiel -dijo la morena, sin levantar la voz, con tranquilidad, manteniendo la magia activa con las manos en el suelo-. Deja de ser tan engreída. Deja de destruir a los demás. ¡Devuélveme a mis amigos!
-Todavía tienes a Rodetya y a Masave -replicó la rubia, cuidando de no moverse para que el fuego no la quemara.
-Ya no. Cuando me encerraron, recordaron alguna de las mentiras que les dijiste y me dejaron sola. Por tu culpa. Maldita zorra… ¡Me lo has quitado todo! -gritó Lathaliel, levantando la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas- ¡Muere de una vez!¡Muere de la misma manera que ellos!¡Pero vete al infierno y no vuelvas, maldita zorra!
La lengua de fuego se convirtió en un incendio. Se extendió por toda la superficie de la piel de Haladiel, quemando cada jirón, hasta el tuétano de los huesos. La rubia se consumió en el fuego, y Lathaliel no miró en ningún momento, aunque no se movió hasta el mismo instante en que se desvaneció el último rescoldo.
Se levantó con lentitud, y salió de la habitación. No podía volver a su hogar. Tendría que rehacer su vida en otro lugar, aunque ello tampoco le importaba. Ya no le quedaba nada. Ni familia, ni amigos, nada.
Todo se lo había arrebatado Haladiel. Y ahora Haladiel estaba muerta.
Salió de la mazmorra con rapidez, y se dirigió a la ciudad más cercana. A empezar de nuevo. A destruir su vida como elfa y convertirse en humana. A cambiar su nombre. Y a huir eternamente de sus antiguos compañeros. Ahora era una delincuente.
Y jamás había pensado en lo bien que se sentía eso.

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Pues pongo una historia corta después de mucho tiempo. Se me ocurrió en clase esta mañana en un deje de frustración. Espero que os guste.
Respecto a las imágenes... no encontré nada mejor, ni ninguna que se pareciera a Haladiel, pero la imágen de la última se supone que es ella (aunque salga morena, pero bueno^^U)
La canción podría ser... "A song of storm and fire", de Tsubasa Resevoir Chronicle (mirad en YouTube si eso^^)
Y respecto a lo siguiente de Evil... me temo que tendrá que esperar, porque tengo exámenes, trabajos y no puedo escribir. Además, me atasqué un poco^^U Pero en cuanto escriba lo cuelgo, prometido^^

3/08/2009

Demasiado ocupados para percatarse de ellos

Un día, al volver del instituto, Saira levantó la vista y vio las nubes. Aquellas uniones de partículas de agua o nieve-lo había estudiado en 6º de primaria-le parecieron fascinantes. Simplemente, le parecieron hermosas, con sus formas cambiantes y sus movimientos tranquilos y pausados.
Estuvo horas abstraída, mirando aquellas nubes blancas, etereas, esponjosas como conejitos. Se imaginó a sí misma saltando en aquella inmensa blancura, y sus ojos se llenaron de lágrimas de emoción.
Desde aquel día, siempre que volvía del instituto bajaba al prado de al lado de su casa y allí miraba las nubes, abstraída en sus pensamientos.
Un día, un chico le preguntó que estaba haciendo. Y ella, sin dudarlo, respondió: “Creo castillos de nubes en mi reino de blancura” El chico se encogió de hombros y se fue, pensando que aquella chica tan guapa estaba loca.
A Saira no le importaba lo que pensaran los demás. Ella sabía lo que quería hacer, y con eso le bastaba.
Y entonces, aquel día de Enero en el que llovió tanto, notó en su mano un movimiento húmedo. Le sorprendió ver aquel caracol. Era muy pequeño, y sus movimientos le recordaban a los de sus nubes. Cualquier chica de su edad hubiera apartado aquel bichejo inmundo lejos de si, pero ella era diferente. “Qué bonito” pensó, maravillada. Miró a su alrededor y descubrió un mundo nuevo que nunca había visto, aún habiendo estado tumbada en el mismo sitio todos los días durante meses. Observó el afanoso trabajo de las hormigas, que se esforzaban por alimentar a su reina. Observó los saltamontes que saltaban de hoja en hoja, haciendo saltar algunas gotas de agua. Observó los caracoles, que con sus lentos pero constantes movimientos llevaban su casa a cuestas, y que siempre llegaban, más tarde o más temprano, al lugar donde querían ir.
Ahora, Saira se sentía… era difícil de definir. Se sentía poderosa y humilde, y grande y pequeña a la vez. Pero de lo que si que estaba segura era de que había encontrado la felicidad más absoluta.
Ahora, tuvo que dividir su tiempo entre el reino de nubes y el de insectos. No le importaba. Primero, observaba a las hormigas, los saltamontes y los caracoles. Y después, cazaba formas entre las nubes e imaginaba su reino hasta quedarse dormida.
Le gustaba todo aquello. Sus compañeras de clase pensaban que era muy rara. “Es amiga de los caracoles”dijo una de ellas, con asco. “Y cuentan que imagina que vive en nubes”contó otra. Siempre la habían llamado rara, pero ahora ya no se le acercaba nadie. Pero a Saira no le importaba lo que pensaran los demás. Ella era feliz con aquella simpleza, y no necesitaba nada más. Dijeran lo que dijeran, ella era feliz así. No necesitaba ni zapatitos de charol ni vestiditos caros. Ella solo necesitaba sus dos reinos.
Saira volvía siempre a las seis en punto como un reloj, dijeran lo que dijeran las idiotas de sus compañeras. Porque a ella no le importaba el que dirán. Solo le importaban aquellas pequeñas cosas que para otros eran insignificantes, pero que para ella eran las cosas más importantes.
Siempre la pinchaban sus compañeras de clase con que dejase aquellas estupideces, que ella no era Blancanieves para hacerse amiga de los bichos. Pero a Saira le daba igual y seguía yendo todos los días al prado. Seguía observando todos los días a los animalillos, y después miraba las nubes. Ella sabía que la gente estaba celosa de la felicidad que ella había logrado alcanzar. Descubrió que en el budismo, a su felicidad la llamaban Nirvana. Pues vale, como quisieran. Según eso, ella había alcanzado el Nirvana.
Empezaron a llamarla la loca del prado. Pero Saira sabía que solo era por envidia.
Un día, por el prado apareció un trabajador social, que le preguntó si tenía problemas en casa. “No”contestó ella, extrañada, aún mirando a las nubes. “Entonces, ¿porqué vienes aquí?”preguntó el trabajador social. “Porque no voy a abandonarles”contestó ella, como si fuera obvio. El trabajador se encogió de hombros, como todo el mundo que hablaba con Saira, y se fue.
No volvió a tener más problemas de ese tipo. La gente la miraba raro, pero la dejaban tranquila.
Y un día, cuando volvía a casa a dormir, se fijó en las personas, cosa que nunca antes había hecho. Nunca había entendido a la gente. Era extraño que no entendieran como se sentía ella. Y como le gustaba mirar, miró a la gente para aprender.
Vio a un hombre que hablaba por teléfono cargado con un maletín de cuero. Pisaba sin fijarse por donde iba mientras caminaba a toda velocidad dando grandes gritos, hablando sobre un problema con las acciones.
Luego miró a una señora. Iba cargada con bolsas, y ponía mucha fuerza en los músculos para poder cargar con todas las bolsas a la vez mientras regañaba a su hijo, de la edad de Saira, que iba con unos cascos puestos mirando a las musarañas.
Por delante de ella, pasaron unas niñas corriendo para llegar pronto a casa y que no las riñesen sus padres.
Vio un montón de coches en la calle paralela a la suya, pitando, y a mucha gente insultándoles por ello. Pero a Saira no le molestaba aquel ruido tan agudo.
Volvió a casa, intrigada, y observó a sus padres. Su madre estaba preparando la cena, apurada porque se le quemaba esto, o porque se le pasaba aquello. Su padre estaba en su despacho, acabando unos informes que tendría que presentar al día siguiente en el trabajo.
Tanto su padre, como su madre, como la gente que vio en la calle, no conocían su felicidad.
Saira quería acercársela, que al menos la pudiesen tocar con la punta de los dedos y sentirse bien. Pero aunque lo intentase una y otra vez, su padre y su madre siempre le salían con excusas. ‘Saira, ahora no puedo’ o ‘Saira, ahora no tengo tiempo. ¿No lo ves?’Saira se sintió triste por sus padres, pero ellos le aseguraron que no se preocupara y que disfrutase ella de aquellos privilegios. Aún así, ella no lograba entender los sentimientos de sus padres, ni los de las personas de la calle. Estaban demasiado ocupados para percatarse de ellos.
Fue pasando el tiempo, y Saira acabó por olvidarlo. Todos los días sin excepción volvía al prado, aunque su madre la riñese por infantil. Le daba lo mismo, ella no sabía como se sentía si propia hija y quería privarle de su felicidad. Pero aunque algunas voces rencorosas murmuraban aquello en su conciencia, Saira las ignoraba siempre, y, como siempre, volvía al prado con una sonrisa en los labios, pensando que al día siguiente conseguiría que sus padres bajaran con ella a disfrutar de su felicidad.
Daba igual que nevase o lloviese, que tuviera un examen o una boda, todos los días, a las seis en punto estaba en su prado. Y si, por la razón que fuera, se retrasaba, se quedaba más tiempo como penitencia.
Y entonces, apareció aquel chico. Estaba decidido a conquistarla, a hacerla olvidar de una vez el maldito prado.
Primero se le acercó y le preguntó si podía tumbarse con ella. Saira le dijo que adelante. Él se tumbó.
Después, le preguntó que hacía. Ella le dijo que miraba a los animalillos hacer sus quehaceres. ‘Pero a veces estás mirando las nubes’ dijo él. Ella le contestó que más tarde miraba las nubes.
A continuación, se le acercó y le tocó un hombro. Ella no rehuyó el contacto, pero se dio la vuelta, y la mano del chico acabó en su pecho. Él la apartó, avergonzado.
Quiso dialogar con ella, pero le hizo callar un par de veces. Se aburría mucho. ‘Porqué no habré traído el iPod…’ pensó.
Entonces, para distraerse, miró a las nubes. Y también quedó fascinado con ellas.Al día siguiente volvió. Y al otro. Y al siguiente.
Y, como Saira, acabó por fijarse en la gente. Y, como Saira, no entendió cómo se sentían. Cómo podían estar tan estresados.Saira acabó charlando con él. Ahora, en vez de a las seis en punto, siempre estaba en el prado a las cinco. Y él también. Se gustaron mucho.
El chico, que al principio solo quería utilizarla para fardar ante sus amigos, se enamoró de ella. Y Saira se enamoró de él. Se enamoró de sus ocurrencias, y de sus continuos fallos. Se enamoró de que, como ella, no entendiese a las demás personas. Se enamoró de él.
Nigel, porque así se llamaba el joven, se declaró a Saira justo cuando esta se levantaba para volver a casa. Al principio ella se sorprendió mucho, pero enseguida aceptó salir con él, aunque no cambiaron para nada sus hábitos, y casi todas sus escapadas consistiesen en ir al prado. Aunque a veces iban al cine, o a tomar algo.
El tiempo seguía pasando, y la pareja llegó a la universidad. Y volvían al prado todos los días juntos, ahora que vivían en la misma casa.Y se licenciaron, y volvían todos los días al prado. Y encontraron trabajo, y volvían todos los días al prado. Y tuvieron dos hijos, y volvían todos los días al prado. Y se jubilaron, y volvían todos los días al prado. Y murieron los dos juntos, en el prado, observando el lento avance de las nubes.
Allí siguen sus tranquilos espíritus, intentado hacernos entender que estamos perdiéndonos cosas maravillosas por no tener tiempo. Pero estamos demasiado ocupados para percatarnos de ellos.
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Esta la escribí un día mientras volvía de kárate y pasé al lado del descampado de al lado de mi casa (así se me ocurren las ideas, sí xD). Es muy feliz, me apetecía escribir algo alegre. Aunque personalmente las prefiero un poco más oscuras, la verdad^^U.

Paranoia

Hace tiempo que no salgo de casa. Sé que me atropellarán, o que me atacarán, o que me morderá un perro.
Pero sé que algo malo me pasará si salgo de mis cuatro acogedoras paredes pintadas de verde.
Todo empezó hace unos dos años. Un día, me desperté y me negué a salir de entre las mantas. Mamá tiró y tiró de mí, pero estaba tan asustada por todo que no podía ni moverme. Me llevó la comida a la cama y comí poco. Tenía miedo de que estuviese envenenada, aunque la parte racional de mí sabía que era imposible, que mi madre me quiere y que nunca me haría daño. Pero algo superior a mí insistía en que me iba a envenenar, que me iba a matar. Traté de hacer caso omiso. Apenas lo logré.
Al salir de clase, mis amigas fueron a verme.
-¿Qué tal te encuentras?-preguntaban una y otra vez.
Y yo respondía que bien, que solo me había encontrado un poco mal al despertarme y que por eso me había quedado en casa. Me miraron preocupadas, y una me tomó la temperatura poniéndome la mano en la frente. Me asusté mucho y aparté su mano con brusquedad. Volvieron a mirarme, pero esta vez asustadas.
-No me toques.-Pero A… dijo, acercándose a mí.
-¡He dicho que no me toques!-chillé-¡Y no digas mi nombre!
Se fueron. Me recosté sobre la almohada, llorando. Había perdido a mis amigas.
Fueron pasando los días y con ellos, las semanas y los meses.
Llegó un momento en el que para leer me ponía unos guantes de lana, porque tenía miedo de cortarme y morir desangrada.Y vinieron varios psicólogos.
-No puedo hacer nada-decían todos-. No quiere colaborar.
¿Cómo que no? Yo quiero curarme. Quiero volver a salir a la calle sin miedo. No me gusta estar encerrada como una idiota.
No salía ya casi de mi habitación. Tenía miedo a todo. Pensaba que todos iban a atacarme, aunque en el fondo sabía que no era para tanto. La gente no tenía razones para matarme.
Fue pasando el tiempo, y mi miedo no desapareció. Ni siquera fui a la boda de mi hermana Mireya.
Pero sin embargo, hay momentos en los que se me pasa por unos minutos.Voy a aprovechar uno de esos momentos para terminar de una vez.
Te quiero, mamá. Te quiero, papá. Te quiero, Mireya. No puedo vivir así. Lo siento de veras. Hasta siempre.
Ania
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Después de escribir la carta, me acerco hacia la ventana. Me entra el miedo de siempre, pero pronto se convierte en el miedo racional a la muerte. Aparto de mi mente esos pensamientos. Me subo con rapidez al alfeizar, y justo en ese momento entra mamá con otro psicólogo. Un gasto inútil.
-¿¡Qué haces!?-grita, asustada.
Me vuelvo y la miro con lágrimas en los ojos. Extiendo los brazos y me despido del mundo. El miedo me golpea, pero decido ignorarlo. Solo un paso y todo mi miedo no servirá para nada. Por fin podré ser feliz. Cierro los ojos y me dejo caer al vacío. Estoy muy tranquila. Los miedos no asoman. No quieren morir conmigo. Sonrío para mí. Cobardes. Después de estropearme la vida, desaparecen y me dejan con la miel en los labios de cómo habría sido mi existencia sin ellos. Pero no me arrepiento. Ha sido mi decisión. Aunque ahora me echase atrás, no podría hacer nada.
Me gusta esta sensación. El viento acariciando mi rostro es una hermosa forma de despedirse del mundo.
Mientras el suelo se acerca a mí a toda velocidad, oigo a mi madre gritar mi nombre. De veras lo siento, mamá. Voy a morir.
El suelo está a menos de un metro de mí. Sonrío tristemente, y cuándo choco contra el suelo y noto mis huesos romperse, pienso:
‘Me hubiera gustado vivir.’
Mi corazón se detiene, y aunque la gente se agolpe a mi alrededor, desaparecen poco a poco en una bruma oscura.
-Adiós.

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Esta es una historia que se me ocurrió un día que estaba cabreada con mi madre. No tiene nada de especial aparte de eso, no estaba deprimida ni nada (lo digo porque bastante gente me ha preguntado si lo estaba en cuanto lo leyeron). Lo cierto es que la escribí hace bastante, por eso el estilo no es tan pulcro como me gustaría, pero espero mejorar. Espero que os guste^^.