3/08/2009

Paranoia

Hace tiempo que no salgo de casa. Sé que me atropellarán, o que me atacarán, o que me morderá un perro.
Pero sé que algo malo me pasará si salgo de mis cuatro acogedoras paredes pintadas de verde.
Todo empezó hace unos dos años. Un día, me desperté y me negué a salir de entre las mantas. Mamá tiró y tiró de mí, pero estaba tan asustada por todo que no podía ni moverme. Me llevó la comida a la cama y comí poco. Tenía miedo de que estuviese envenenada, aunque la parte racional de mí sabía que era imposible, que mi madre me quiere y que nunca me haría daño. Pero algo superior a mí insistía en que me iba a envenenar, que me iba a matar. Traté de hacer caso omiso. Apenas lo logré.
Al salir de clase, mis amigas fueron a verme.
-¿Qué tal te encuentras?-preguntaban una y otra vez.
Y yo respondía que bien, que solo me había encontrado un poco mal al despertarme y que por eso me había quedado en casa. Me miraron preocupadas, y una me tomó la temperatura poniéndome la mano en la frente. Me asusté mucho y aparté su mano con brusquedad. Volvieron a mirarme, pero esta vez asustadas.
-No me toques.-Pero A… dijo, acercándose a mí.
-¡He dicho que no me toques!-chillé-¡Y no digas mi nombre!
Se fueron. Me recosté sobre la almohada, llorando. Había perdido a mis amigas.
Fueron pasando los días y con ellos, las semanas y los meses.
Llegó un momento en el que para leer me ponía unos guantes de lana, porque tenía miedo de cortarme y morir desangrada.Y vinieron varios psicólogos.
-No puedo hacer nada-decían todos-. No quiere colaborar.
¿Cómo que no? Yo quiero curarme. Quiero volver a salir a la calle sin miedo. No me gusta estar encerrada como una idiota.
No salía ya casi de mi habitación. Tenía miedo a todo. Pensaba que todos iban a atacarme, aunque en el fondo sabía que no era para tanto. La gente no tenía razones para matarme.
Fue pasando el tiempo, y mi miedo no desapareció. Ni siquera fui a la boda de mi hermana Mireya.
Pero sin embargo, hay momentos en los que se me pasa por unos minutos.Voy a aprovechar uno de esos momentos para terminar de una vez.
Te quiero, mamá. Te quiero, papá. Te quiero, Mireya. No puedo vivir así. Lo siento de veras. Hasta siempre.
Ania
-
Después de escribir la carta, me acerco hacia la ventana. Me entra el miedo de siempre, pero pronto se convierte en el miedo racional a la muerte. Aparto de mi mente esos pensamientos. Me subo con rapidez al alfeizar, y justo en ese momento entra mamá con otro psicólogo. Un gasto inútil.
-¿¡Qué haces!?-grita, asustada.
Me vuelvo y la miro con lágrimas en los ojos. Extiendo los brazos y me despido del mundo. El miedo me golpea, pero decido ignorarlo. Solo un paso y todo mi miedo no servirá para nada. Por fin podré ser feliz. Cierro los ojos y me dejo caer al vacío. Estoy muy tranquila. Los miedos no asoman. No quieren morir conmigo. Sonrío para mí. Cobardes. Después de estropearme la vida, desaparecen y me dejan con la miel en los labios de cómo habría sido mi existencia sin ellos. Pero no me arrepiento. Ha sido mi decisión. Aunque ahora me echase atrás, no podría hacer nada.
Me gusta esta sensación. El viento acariciando mi rostro es una hermosa forma de despedirse del mundo.
Mientras el suelo se acerca a mí a toda velocidad, oigo a mi madre gritar mi nombre. De veras lo siento, mamá. Voy a morir.
El suelo está a menos de un metro de mí. Sonrío tristemente, y cuándo choco contra el suelo y noto mis huesos romperse, pienso:
‘Me hubiera gustado vivir.’
Mi corazón se detiene, y aunque la gente se agolpe a mi alrededor, desaparecen poco a poco en una bruma oscura.
-Adiós.

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Esta es una historia que se me ocurrió un día que estaba cabreada con mi madre. No tiene nada de especial aparte de eso, no estaba deprimida ni nada (lo digo porque bastante gente me ha preguntado si lo estaba en cuanto lo leyeron). Lo cierto es que la escribí hace bastante, por eso el estilo no es tan pulcro como me gustaría, pero espero mejorar. Espero que os guste^^.

1 comentario:

  1. Pos esta muy bien expresada... por lo menos a mi me a gustado.

    Un saludo

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