5/07/2009

Venganza

Después de todo, al final lo había conseguido. Por fin había podido llegar a la mazmorra dónde ella se encontraba. Haladiel, su vieja amiga.
Lathaliel se preguntó, mientras recorría los últimos pasos hasta la puerta, cómo habían podido acabar así. No pudo evitar sentirse usada una vez más, y su odio se renovó, sepultando a la pena. Haladiel se lo había quitado todo.
Ahora le tocaba a ella.
-Perdona… ¿sabes dónde está el taller?
-Sí, claro, pero… ¿estás sola?

-Sí.

-Ven conmigo si quieres, te presentaré a mis amigas.

-Gracias.

Lathaliel rememoró aquel diálogo por enésima vez, arrepintiéndose de nuevo del momento en el que decidió presentársela a las demás.
"Cavé mi propia tumba, como suele decirse" pensó, mientras se detenía delante de la gran puerta de roble macizo ". Esto me pasa por confiar en los demás"
Nunca se había considerado una persona que destacara por encima de los demás. Tenía unos gustos diferentes, sí (prefería las espadas antes que la magia, dibujar en vez de leer, correr en vez de estudiar), y aunque se sentía orgullosa de ellos, no intentaba imponerlos a los demás. Pero tenía una personalidad fuerte, pero tenía claro que lo que le gustaba le gustaba, y nada iba a hacerle cambiar de opinión. Puede que esa fuera una de las razones por las que la discriminaban de pequeña, aunque poco le importaba. Y cuando cumplió setenta años, encontró gente compatible con ella.
Creía que aquella estaba siendo la mejor década de su larga vida. Lo creyó, de hecho, durante tres felices años, en los que todo fueron risas.
Pero las cosas cambiaron después de la expedición a Curshad. Fue ella sola, con otras dos personas con las que no tenía mucha relación. La misión fue un rotundo éxito. Sus avanzadas habilidades con la espada habían sido de gran utilidad en la montaña, y el patriarca se deshizo en halagos, que ella aceptó con orgullo y cierto engreimiento.

En aquellos momentos se dio cuenta de que Haladiel estaba rara, y al cabo de medio año, ya bastante molesta, acabó por preguntarle.
-Es que no te aguanto, así que déjame en paz -le soltó.
Lathaliel se sorprendió mucho, como era de esperar, y como Haladiel seguía relacionándose tanto con Asadia como con Rodetya, le pidió a Asadia que le preguntara las razones.
-No recurras a los demás, pregunta tú -le espetó Halad hiel a las pocas semanas.
-¿Por qué te caigo mal?
-Es que cansas -respondió, dejándola, de nuevo, sola.
Después de esto, Lathaliel se fue entristeciendo progresivamente, y no notó como Haladiel hacía que Asadia se enemistara con ella.
Al cabo de un año más, cuando Lathaliel se estaba animando, Asadia le dijo que no quería volver a relacionarse con ella. Llevaban dos décadas siendo excelentes amigas, y le dolió más que ninguna otra cosa.
Quería salir corriendo, huir, empezar su vida de cero en alguna otra congregación de caza recompensas. Pero no lo hizo. Rodetya y Masave seguían con ella, y no las iba a dejar para que Haladiel se pusiera en su contra.
Aguantó lo indecible, cómo progresivamente todo el mundo le empezaba a mirar por encima del hombro, cómo nadie confiaba en ella.
Así que empezó a relacionarse con humanos. Compartían gran parte de sus gustos. Parecían completamente compatibles con ella, y sus rasgos atípicos entre los elfos no destacaban entre ellos.
Adoraba esos días, un pequeño espacio de tiempo en su vida de elfa, que pasaba con ellos, y cuando estos terminaban, ansiaba volver a ellos.
En las semanas que Haladiel invitaba a sus amigas elfas a los lagos de Kimdall, ella iba con sus humanos y lo pasaba todavía mejor. Llegó a pensar que su destino estaba con aquellos humanos a los que tanto quería y que también la querían. Durante dos años mantuvo esa actitud, tratando de convencer a Rodetya y a Masave para que los conocieran.
Pero cuando esto pasó y ellas decidieron volver con Lathaliel cada vez, la ciudad se incendió. Quedó reducida a cenizas, perecieron todos sus habitantes. Y lo peor fue que Lathaliel lo vio todo, y también pudo ver la larga melena rubia de Haladiel desaparecer de allí.
Sabía que la otra dominaba el fuego, por eso no dudó cuando descubrió que el incendio había sido provocado mágicamente. Llena de ira, se dirigió a Haladiel. Le gritó muchas cosas, pero Haladiel, como siempre, ignoró sus palabras.
Lathaliel hizo mal en dejarse llevar por la ira, y no le sorprendió que la encarcelaran bajo siete candados cuando la golpeó repetidas veces. Pero se sintió tan bien, tan descansada, que no se arrepintió en absoluto.
Tampoco le sorprendió cuando el patriarca la condenó a quinientos años encerrada, sin relacionarse con nadie. No le gustaba romper las normas, pero esa no estaba dispuesta a acatarla.
Cuando al día siguiente fueron a llevarle su comida a la celda, Lathaliel ya no estaba.
Haladiel también se había ido. Con el permiso del patriarca, desapareció. Si de esa forma pensaba que estaba a salvo de la ira de Lathaliel, estaba muy equivocada. La ira intensificó su fortísimo instinto de cazadora, llevándola por todos los lugares por los que Haladiel había pasado, llegando finalmente a la mazmorra.
Mientras la recorría y esquivaba sus trampas, no pudo evitar cierto sentimiento de tristeza, que desapareció cuando recordó que había sido usada. Usada para integrarse y luego desechada como un trapo viejo.
Tras recordarlo todo, su ira se intensificó de nuevo, y abrió la puerta de una patada, notando fuertemente la presencia de su enemiga al otro lado.
-¡HALADIEL! -gritó, entrando bruscamente con la espada en ristre.
-Parece que no me puedo librar de ti -suspiró, levantándose de la silla en la que estaba leyendo un libro-. ¿Qué quieres?
-Respuestas -respondió-, y espero que sean las que yo quiero.
-Las respuestas son las que son.
-Quiero la verdad.
-Dispara. A no ser que se te haya pegado la estupidez de los humanos. Ah, fue tan divertido quemarlos…
-¿Fuiste tú… en serio? -farfulló, temblando de ira. En el fondo, todo ese tiempo había tenido la pequeña esperanza de que no fuera así, que simplemente hubiera sido todo una equivocación.
-Claro que fui yo. ¿Quién si no hubiera hecho un trabajo tan perfecto? Fue divertido.
-¡Que fue…!¿¡Por qué!? -estalló.
-Son tan obstinados estos humanos… Son como niños. No me hicieron caso, tenía que matarlos.
-¡No era necesario!¡No te habían hecho nada!
-Claro que lo habían hecho. Se relacionaban contigo.
-¡Pero qué demonios…! -chilló, completamente furiosa- ¡Eres un mal bicho!¿¡Qué te he hecho yo para que me odies tanto!?
Haladiel frunció el ceño, pero no respondió.
-¡Responde, maldita arpía!¡Ten esa decencia al menos!
-El patriarca te alababa, estaba pendiente de ti.
Tras sorprenderse unos segundos, Lathaliel no pudo evitar reírse a carcajadas. Haladiel le dedicó una mirada asesina, pero la otra la ignoró y continuó riendo.
-¿Solo por eso? -dijo entre carcajadas, enjugándose una lagrimilla que le resbalaba por el ojo- ¿Pero sabes lo aburrido que es que el hombre te haga caso?¡No te deja hacer nada!¡No sabes la suerte que tienes!
-Siento que no le importo -replicó Haladiel, apretando los puños.
-Todos le importamos al patriarca.
-Tú le importas más.
-Le importan todos por igual.
-Y también está aquella misión de rango A en Curshad.
-¿Qué pasa con ella? -preguntó Lathaliel, cortando sus risas.
-¿Cómo pudiste pasar de hacer misiones de rango C a bordar una de rango A? Maldita seas…
-¡Pero si tú también has hecho unas cuantas de rango A!
-No tan bien como la tuya.
-¿Esas son tus razones para hundirme?¿Solo eso?
-¿Te parece poco?
-No es que sean pocas, es que son estúpidas.
-¡No te burles de mí, zorra!
-¿Zorra?¿TÚ me llamas zorra a MÍ?¿Tú, precisamente?¿TÚ? -el odio volvió de nuevo, renovado, ardiente, doloroso. Lathaliel enarboló su espada. Haladiel juntó las manos para preparar su magia- ¡Yo tengo muchas más razones para insultarte!¡Maldita puta!
Haladiel frunció el ceño de nuevo, y ambas elfas saltaron a la vez, dispuestas a matarse en cuanto encontraran un hueco.
Lathaliel usaba su fiel espada. Haladiel, el fuego que tan bien le había servido en otras ocasiones. Combatieron largo rato, acero contra fuego. Saltaban chispas. El acero de Lathaliel cortaba la pálida piel de Haladiel con crudeza. El fuego quemaba la piel y los cabellos de Lathaliel. Ninguna se quejó, solo continuaron embistiendo sin descanso, una y otra vez. Tan profundo era su odio, que no podrían salir de allí si no moría una de las dos.
En los ojos de Lathaliel, grises como el acero de su espada, brillaban las ansias de venganza. Sus cabellos negros, antes largos hasta la cintura, le llegaban ahora por la barbilla. No le molestó: ahora estaba más cómoda.
Los ojos negros de Haladiel brillaban enmarcados por sus cejas del color de la miga del pan. Tanto sus mejillas como sus brazos desnudos estaban cubiertos de pequeños cortes, y eso le molestó bastante: dejarían cicatriz.
En la pequeña sala sin ventanas había ya marcas de la pelea. Grandes boquetes y quemaduras, mobiliario volcado. Gotas de sangre en el suelo, esparcidas por las gruesas botas de Lathaliel o los delicados zapatitos de Haladiel, jirones de tela arrancados y quemados. Saltaban chispas.
Haladiel quería matar. No tendría remordimientos.
Lathaliel también lo deseaba. Pero no podía evitar recordar los buenos momentos que había tenido con su oponente. Sabía que quería venganza, quería que su espada seccionara su cuello, que la sangre de Haladiel tintara el suelo de carmesí. Pero aunque no se arrepentiría, se sentiría mal.
Quizá por eso la diosa Fortuna decidió que fuera Lathaliel la que impusiera su espada cuando ambas colisionaron por enésima vez. Su espada se situó en el cuello de la otra cuando esto pasó.
Haladiel no daba crédito.
Lathaliel dudó. Lo había deseado mucho tiempo, pero ahora que podía cercenar su cuello, no lo tenía tan claro. Su mente racional le decía que debía hacerlo. Había matado a toda una ciudad, había matado a sus amigos. Pero su corazón le impedía girar la muñeca.
"No seas idiota. Muévete ya"
"Pero..."
"Hazlo ya, idiota"
-Lathaliel… ¿cómo hemos llegado a esto? -preguntó Haladiel con voz suave y asustada.
-Empezaste tú.
-Te admiraba tanto…
-¿Eh? -Lathaliel bajó la espada, sorprendida.
-Y tú vas y te lo crees -se burló la rubia, lanzando a la otra a la pared con una bola de fuego.
-Haladiel… tú…
-¿En serio creías que la fuerza bruta ganaría a la racionalidad de la magia? Estaba claro desde un principio que yo sería la vencedora -se mofó. Lathaliel intentó levantarse, pero la Haladiel le golpeó el estómago, dejándola sin aire y haciéndola caer de nuevo.
-Por… qué…
-¿… te odio? No sé. Te odié desde el mismo momento en el que te vi. Tan tranquila, con una vida tan simple, pero aún así tan feliz… Quise hundirte, hacer que confiaras en mí para luego destruirte. Y tú picando tan feliz. Dios, como deseaba destrozarte.
Lathaliel no dijo nada. se quedó arrodillada, con los brazos caídos. Tentó su espada, pero Haladiel la apartó de una patada.
-No me vencerás -comenzó. Pero se interrumpió cuando una lengua de fuego comenzó a ascender por su espalda- ¿Pero qué…?
-El que me gusten las armas no significa que no conozca otras cosas, Haladiel -dijo la morena, sin levantar la voz, con tranquilidad, manteniendo la magia activa con las manos en el suelo-. Deja de ser tan engreída. Deja de destruir a los demás. ¡Devuélveme a mis amigos!
-Todavía tienes a Rodetya y a Masave -replicó la rubia, cuidando de no moverse para que el fuego no la quemara.
-Ya no. Cuando me encerraron, recordaron alguna de las mentiras que les dijiste y me dejaron sola. Por tu culpa. Maldita zorra… ¡Me lo has quitado todo! -gritó Lathaliel, levantando la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas- ¡Muere de una vez!¡Muere de la misma manera que ellos!¡Pero vete al infierno y no vuelvas, maldita zorra!
La lengua de fuego se convirtió en un incendio. Se extendió por toda la superficie de la piel de Haladiel, quemando cada jirón, hasta el tuétano de los huesos. La rubia se consumió en el fuego, y Lathaliel no miró en ningún momento, aunque no se movió hasta el mismo instante en que se desvaneció el último rescoldo.
Se levantó con lentitud, y salió de la habitación. No podía volver a su hogar. Tendría que rehacer su vida en otro lugar, aunque ello tampoco le importaba. Ya no le quedaba nada. Ni familia, ni amigos, nada.
Todo se lo había arrebatado Haladiel. Y ahora Haladiel estaba muerta.
Salió de la mazmorra con rapidez, y se dirigió a la ciudad más cercana. A empezar de nuevo. A destruir su vida como elfa y convertirse en humana. A cambiar su nombre. Y a huir eternamente de sus antiguos compañeros. Ahora era una delincuente.
Y jamás había pensado en lo bien que se sentía eso.

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Pues pongo una historia corta después de mucho tiempo. Se me ocurrió en clase esta mañana en un deje de frustración. Espero que os guste.
Respecto a las imágenes... no encontré nada mejor, ni ninguna que se pareciera a Haladiel, pero la imágen de la última se supone que es ella (aunque salga morena, pero bueno^^U)
La canción podría ser... "A song of storm and fire", de Tsubasa Resevoir Chronicle (mirad en YouTube si eso^^)
Y respecto a lo siguiente de Evil... me temo que tendrá que esperar, porque tengo exámenes, trabajos y no puedo escribir. Además, me atasqué un poco^^U Pero en cuanto escriba lo cuelgo, prometido^^

3 comentarios:

  1. Din l-istorja hija nonsense wkoll jagħmel ebda sens li tgħid xejn

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  2. Anónimo3/3/10 06:31

    Eres una falsa

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  3. Acabo de ver el último comentario y solo puedo decir... ¿LOL?

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